lunes, 19 de marzo de 2012

Madrid 8 a 11

La paz de los acordeones de París en cada boca al aire, con voz de Amstrong, o un arpa en el último pasillo del subsuelo que hace que me tiemblen los huesos del corazón, un escalofrío por cada acorde.
Encontrar al violinista de Chagall al lado del poeta, y un poco más lejos la casa azul cerca de la zorra y las uvas. Chagall, de trazo triste y aire triste y azul triste.
Velázquez anda al doblar la esquina de la calle de Rubens, y al  fondo del pasillo me saluda el arlequín con su espejo. El Kandinsky tricolor sonríe cuando corro al verlo y me llama Picasso otra vez. Van Gogh y Degas y Lautrec y Hopper me sorprenden y me presentan lienzos de desconocidos. Manet, Monet, Gauguin y Renoir me hacen libre entre cuatro paredes, entre jardines y pinceladas confusas.
La niña de Renoir del rincón quiere jugar con el niño de Picasso y su perro azul mientras los mira melancólica la bebedora de absenta; y de pronto los colores de Kandinsky me vuelven a llamar.
La Venus de Ammannati me habla con esos ojos negros.
La luna es más verde y redonda que nunca.
El Botánico con los lirios y el almendro de Van Gogh (que me espía desde los ojos de un niño explorador). Las flores caen al suelo como al pasto el rocío. La palmera, perfecta y soberbia, vigía que admira la belleza del blanco magnolio mientras los narcisos se marchitan de celos. Los trozos de mi bosque diseminados entre flores.
Los libros viejos y mi promesa de volver una mañana de domingo.
El Retiro con sus jazzistas-de-sonrisas, la magia de un negro cubano-pseudoalemán y la alegría del payaso-de-piruleta. Los árboles bañándose sin pudor para que los observen desde los ventanales del palacio de cristal (pero prefiero perderme en el argentino que dibuja tangos).


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