Algo más
que paredes que aíslan del tiempo
con sus libros
y su música de sirenas.
Sus tazas y copas
son testigos mudos
de grandes confesiones,
de amarillos y pares de naranjas.
Ítaca, mi infancia
de sábados por la mañana
y su desayuno con dos diamantes.
Morada de poetas y casualidades,
lugar sin lestrigones ni cíclopes
ni deidades enfadadas,
sino con encuentros y despedidas,
pero sobre todo
con llegadas.
viernes, 21 de septiembre de 2012
?
Siempre he sido sólo un nombre,
a lo sumo ese pronombre,
en boca de personas
que no llegaban a hombres todavía,
muy educados, madrugadores,
vivían de día,
sus obligaciones, el tranvía.
Cuando yo en realidad quiero
que cada vez me llame distinta,
que me descosa las heridas
para que por fin escape el pasado,
que me coma el corazón a besos,
que se atreva a necesitarme demasiado
sabiendo que yo
no llegaré a hacerlo.
a lo sumo ese pronombre,
en boca de personas
que no llegaban a hombres todavía,
muy educados, madrugadores,
vivían de día,
sus obligaciones, el tranvía.
Cuando yo en realidad quiero
que cada vez me llame distinta,
que me descosa las heridas
para que por fin escape el pasado,
que me coma el corazón a besos,
que se atreva a necesitarme demasiado
sabiendo que yo
no llegaré a hacerlo.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
B/N
Las únicas sonrisas a color posibles en el siglo XX
eran en los cuadros,
pero los pintores no pintaban sonrisas.
eran en los cuadros,
pero los pintores no pintaban sonrisas.
martes, 18 de septiembre de 2012
Déplacer
sábado, 8 de septiembre de 2012
Círculos
Ahí estaban, como cada viernes, ella y su libro, su café sin azúcar y el camarero que la observaba con curiosidad desde el otro lado de la barra; el mismo camarero que veía cada martes al muchacho en esa misma mesa con la misma actitud.
Y una tarde le dijo al servirle su taza:
-¿Por qué no pruebas a venir un viernes?
Seguro que te sorprendes.
Y una tarde le dijo al servirle su taza:
-¿Por qué no pruebas a venir un viernes?
Seguro que te sorprendes.
Y ella,
cansada de esos rincones ya sin sorpresas para su sonrisa,
de esos cielos apagados de atardeceres,
abandonó la ciudad,
se fue con su silencio a otra parte
justo cuando la mirada de él iba a cantarle su mejor canción.
Don Nadie con nombre
Me he empezado a morder las uñas
en el café de la mañana
porque te cuelas en mis noches
y en ellas te araño la espalda.
Unto mis labios con carmín
para conservar mejor tus besos
-lo hago a veces con buen vino
y paso horas relamiéndolos,
pues ya sabes que te miro
con la memoria de un ciego.
Ahora echo sal al té de canela
para beberte cuando sales del mar,
y me visto con la mejor utopía
cuando paseo a solas con la soledad.
Así que me apretarás el corazón
que canta jazz rayado en un vinilo,
y me desharás después los recuerdos
para hacerme después el amor.
Por favor, te lo pido.
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