viernes, 21 de septiembre de 2012

Ítaca, patria querida

Algo más
que paredes que aíslan del tiempo
con sus libros
y su música de sirenas.
Sus tazas y copas
son testigos mudos
de grandes confesiones,
de amarillos y pares de naranjas.
Ítaca, mi infancia
de sábados por la mañana
y su desayuno con dos diamantes.
Morada de poetas y casualidades,
lugar sin lestrigones ni cíclopes
ni deidades enfadadas,
sino con encuentros y despedidas,
pero sobre todo
con llegadas.

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