miércoles, 28 de marzo de 2012

Confesiones en gíglico II (Doña Nadie)

Para vos la operación del amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero
Julio Cortázar


Lo único que sé de navegación
es algo de la historia de Roma
y rescatar fideos con cuchara.
Mis conocimientos de botánica
se reducen al té con jazmín,
y los de medicina a temblores de piernas
cuando creo que me enamoro.
De pintura sólo sé
colorear mis labios de rojo,
y le advertí de mi amor (o locura)
por el aire de Van Gogh y Chagall,
por el azul de Picasso,
mi debilidad (o locura)
por Cortázar y el uruguayo.
No sé apostar al póker
(siempre pierdo si llevo corazones).
¿Música? Guitarra y saxofones.
Mis buenos modales se basan
en tomar café sin azúcar
(y sin aliento),
en llevar el alma desnuda
y olvidar el pedal de freno.
Pero lo tranquilicé con mis ojos:
es más fácil olvidarlos
que enamorarse de ellos
con esta luna sin reloj.

viernes, 23 de marzo de 2012

Amapola azul


En gíglico me confesó
que iba buscando algún amor
por miedo a morir solo

Confesionesengíglico

Me confesó entre trago y trago que iba buscando amores por miedo a dormir solo.
Que la noche negra lo desesperaba y lo dejaba vacío por las mañanas.
Que prefería no tener que buscar más, con una se conformaría, aunque no le importaba usar y tirar.
Me confesó entre calada y calada que iba buscando algún amor por miedo a morir solo.
Me confesó que, si yo quería, (una noche o toda la vida) sería su todo.

lunes, 19 de marzo de 2012

Madrid 8 a 11

La paz de los acordeones de París en cada boca al aire, con voz de Amstrong, o un arpa en el último pasillo del subsuelo que hace que me tiemblen los huesos del corazón, un escalofrío por cada acorde.
Encontrar al violinista de Chagall al lado del poeta, y un poco más lejos la casa azul cerca de la zorra y las uvas. Chagall, de trazo triste y aire triste y azul triste.
Velázquez anda al doblar la esquina de la calle de Rubens, y al  fondo del pasillo me saluda el arlequín con su espejo. El Kandinsky tricolor sonríe cuando corro al verlo y me llama Picasso otra vez. Van Gogh y Degas y Lautrec y Hopper me sorprenden y me presentan lienzos de desconocidos. Manet, Monet, Gauguin y Renoir me hacen libre entre cuatro paredes, entre jardines y pinceladas confusas.
La niña de Renoir del rincón quiere jugar con el niño de Picasso y su perro azul mientras los mira melancólica la bebedora de absenta; y de pronto los colores de Kandinsky me vuelven a llamar.
La Venus de Ammannati me habla con esos ojos negros.
La luna es más verde y redonda que nunca.
El Botánico con los lirios y el almendro de Van Gogh (que me espía desde los ojos de un niño explorador). Las flores caen al suelo como al pasto el rocío. La palmera, perfecta y soberbia, vigía que admira la belleza del blanco magnolio mientras los narcisos se marchitan de celos. Los trozos de mi bosque diseminados entre flores.
Los libros viejos y mi promesa de volver una mañana de domingo.
El Retiro con sus jazzistas-de-sonrisas, la magia de un negro cubano-pseudoalemán y la alegría del payaso-de-piruleta. Los árboles bañándose sin pudor para que los observen desde los ventanales del palacio de cristal (pero prefiero perderme en el argentino que dibuja tangos).