Para vos la operación del amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero
Julio Cortázar
Lo único que sé de navegación
es algo de la historia de Roma
y rescatar fideos con cuchara.
Mis conocimientos de botánica
se reducen al té con jazmín,
y los de medicina a temblores de piernas
cuando creo que me enamoro.
De pintura sólo sé
colorear mis labios de rojo,
y le advertí de mi amor (o locura)
por el aire de Van Gogh y Chagall,
por el azul de Picasso,
mi debilidad (o locura)
por Cortázar y el uruguayo.
No sé apostar al póker
(siempre pierdo si llevo corazones).
¿Música? Guitarra y saxofones.
Mis buenos modales se basan
en tomar café sin azúcar
(y sin aliento),
en llevar el alma desnuda
y olvidar el pedal de freno.
Pero lo tranquilicé con mis ojos:
es más fácil olvidarlos
que enamorarse de ellos
con esta luna sin reloj.
Me confesó entre trago y trago que iba buscando amores por miedo a dormir solo.
Que la noche negra lo desesperaba y lo dejaba vacío por las mañanas.
Que prefería no tener que buscar más, con una se conformaría, aunque no le importaba usar y tirar.
Me confesó entre calada y calada que iba buscando algún amor por miedo a morir solo.
Me confesó que, si yo quería, (una noche o toda la vida) sería su todo.
La paz de los acordeones de París en cada boca al aire, con voz de Amstrong, o un arpa en el último pasillo del subsuelo que hace que me tiemblen los huesos del corazón, un escalofrío por cada acorde.
Encontrar al violinista de Chagall al lado del poeta, y un poco más lejos la casa azul cerca de la zorra y las uvas. Chagall, de trazo triste y aire triste y azul triste.
Velázquez anda al doblar la esquina de la calle de Rubens, y al fondo del pasillo me saluda el arlequín con su espejo. El Kandinsky tricolor sonríe cuando corro al verlo y me llama Picasso otra vez. Van Gogh y Degas y Lautrec y Hopper me sorprenden y me presentan lienzos de desconocidos. Manet, Monet, Gauguin y Renoir me hacen libre entre cuatro paredes, entre jardines y pinceladas confusas.
La niña de Renoir del rincón quiere jugar con el niño de Picasso y su perro azul mientras los mira melancólica la bebedora de absenta; y de pronto los colores de Kandinsky me vuelven a llamar.
La Venus de Ammannati me habla con esos ojos negros.
La luna es más verde y redonda que nunca.
El Botánico con los lirios y el almendro de Van Gogh (que me espía desde los ojos de un niño explorador). Las flores caen al suelo como al pasto el rocío. La palmera, perfecta y soberbia, vigía que admira la belleza del blanco magnolio mientras los narcisos se marchitan de celos. Los trozos de mi bosque diseminados entre flores.
Los libros viejos y mi promesa de volver una mañana de domingo.
El Retiro con sus jazzistas-de-sonrisas, la magia de un negro cubano-pseudoalemán y la alegría del payaso-de-piruleta. Los árboles bañándose sin pudor para que los observen desde los ventanales del palacio de cristal (pero prefiero perderme en el argentino que dibuja tangos).