viernes, 24 de diciembre de 2010

Llamada a un poeta

Llegaba, como siempre, de noche a casa, faltaban unos minutos para bajar del autobús. Me iba alejando cada vez más de esos bares y sus cafés, con sus dos poetas hablando, sintiéndose mejor sabiendo que son comprendidos, que también odian el invierno, que también aman el arte y las pequeñas cosas; pero llevaba conmigo, como siempre, algo que me recordaría esas conversaciones, sonrisas y miradas calladas: llevaba un libro de poemas y mil sentimientos para los míos. Una parada más y listo. Estaba cogiendo el bolso de mis rodillas con el mayor de los cuidados para no estropear mi tesoro amarillento, preparada para levantarme, cuando un poeta se sentó a mi lado (tengo la costumbre de sentarme mirando a la ventana, en parte para contemplar la vida, en parte para dejar sitio a alguien que desee ocupar un asiento junto a mí). Sí, afirmo que era poeta porque sus ojos me lo dijeron, porque ese “hola” sonó a verso, porque su pelo estaba despeinado. Pero sobre todo sé que es poeta porque, tras cuatro segundos de viaje juntos, debí pedirle que me dejara salir, y llamé su atención para hacerlo tocando su brazo (debería estar frío de la calle invernal, pero emanaba el calor de la poesía). Asintió con una sonrisa y me dejó marchar. 

Había muchos sitios libres en el autobús, pero la poesía llama a la poesía.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Sueño en el mar


No sé si vivían allí desde siempre o fueron a parar a ese lugar solamente por un breve período de tiempo. Una más bella que la otra, vestía un largo traje en sedas roja y blanca adornadas con finos brocados de oro; su morena cabellera ondeaba casi por completo al viento, a excepción de unos rizos que recogía un delicado broche. La otra, menos perfecta a simple vista pero más interesante en su corazón, a penas se preocupaba por su aspecto, según denotaban sus pantalones cortos, su camiseta raída y su rubio cabello con tacto de paja.
Mientras que la primera daba largos paseos por la arena en busca del hombre perfecto, la segunda gustaba de sentarse en las rocas del acantilado a contemplar el azul siempre majestuoso.
Vivían aisladas de cualquier tipo de sociedad, sólo se tenían la una a la otra. La casa que habitaban era pequeña, poco cuidada y albergaba a unos pequeños compañeros de las dos mujeres. Consistía en una habitación con dos grandes portones: uno hacia un patio interior, asemejado a un claustro con sus florecillas, columnatas y una modesta fuente. La otra puerta daba paso desde el exterior de la casa vieja –casi tanto como la frondosa y variada vegetación que la adornaba: arbustos aromáticos, flores de todos los colores imaginables, palmeras y grandes árboles, incluso enredaderas que corrían por toda la fachada; a pesar de esta abundancia, no daba aspecto de gran bosque, sino de un coqueto pero salvaje jardín. El primer paso al salir de la casita te llevaría a una escalinata de madera, que descendía por el jardín hacia un abrupto acantilado, ese que mantenía presa a la rubia joven. Desde allí se podía observar todo lo imaginable, desde el perezoso horizonte hasta las piedras sólidas que componían la fachada del único hogar de la zona, desde las rocas que sobresalían del mar bajo sus pies hasta el alero de pizarra de la casa. Y es que, efectivamente, ese Edén se encontraba en los confines del mundo, era el lugar más remoto del universo conocido.
Así pasaban los días en este curioso paraíso, la una anhelando un príncipe que la amase, la otra enamorándose del mar. Hasta que un día llegó a su morada un hombre que nada tenía que ver con el de los sueños de la bella joven: de corto pelo moreno y gran corpulencia, pero nada elegante, ese hombre se instaló en la estancia contigua a la habitación de las jóvenes. Al principio desconfiaban de él, pues no articuló palabra desde su llegada, pero poco a poco comenzó a salir a observar el mar desde el acantilado y a disfrutar de baños con la dorada mujer entre las rocas del mar.

Cierto día, estaba la joven, como de costumbre, observando el mar, cuando se decidió a entrar en contacto con él. Así, se encontraba saboreando el agua salada en su piel, cuando unas gotas perfectamente redondeadas se ordenaron en forma de palabras, creando hermosos versos. 

Lloró su corazón emocionado por tan bellos sentimientos, y miró en el fondo del mar, emergió a la superficie, miró al cielo… pero no encontró respuesta  a quién era su autor. Se interrogó durante horas, aturdida ya que su hermana no podía declararle ese tipo de amor romántico y pasional, y el hombre que se alojaba con ellas no conocía nada de ella para enamorarse tan perdidamente. Pero de pronto, a su lado entre el agua, apareció la figura del único hombre del lugar; a pesar de que no era bello para la joven morena, a su hermana le pareció de una gran belleza, irradiante de una luz especial. Entonces comprendió que su amor con el mar sería el más puro, el más sincero, en definitiva, el único amor verdadero de su vida; lo extraño fue que sintió lo mismo por el misterioso hombre que por el mar, lo que la llevó a pensar que se trataba de la personificación de éste. Su amor de carne y hueso, abandonando el mismo aturdimiento en que ella se encontraba sumida, le confesó ser el autor de dicha magia, que venía desde lejos impulsado por una fuerza superior a él que antes no comprendía pero que al verla supo que se trataba del amor; estas palabras bastaron para impulsar a la joven a besarlo y amarlo en la perfección del mar.

martes, 21 de diciembre de 2010

Buenas noches, Sol

El manto de hojas que sustituía a coloridas flores en las calles veraniegas, el azul del cielo ocultado por grisáceos algodones, el color de la piel tostada por el sol, los eternos días, las cortas noches de amor, mil viajes, libros y todo el tiempo del mundo, esa canción tan especial, un café en el balcón de una ciudad extranjera…
Todo ello se esfumaba, dejaba paso al frío en los rostros y al hielo en las personas, al consumismo navideño, a una neblina permanente entre dos miradas, a una melancolía que cubría la ciudad entera sin saber muy bien porqué, a noches eternas buscando el calor de las mantas y no del amor…
No alcanzaba a comprender cómo siendo tan perfecto el olor a primavera y el azul del mar en verano podía existir el frío en la piel y, sobre todo, el frío interior. La apenaba tanto que el frío congeló también sus cuerdas vocales (aunque jamás pudo con sus manos), la enmudeció, y toda esa tristeza se resumía en esa última frase que salió de su boca hasta la llegada de la primavera. “Buenas noches, Sol”.


sábado, 18 de diciembre de 2010

Ladrones de ilusión

Robadme el bolso, una lágrima, mi mejor sonrisa al doblar la esquina. Quitadme las pulseras, cinco minutos cada mañana y hasta un rizo de mi melena. Pero no me robéis la noche, dejadla encendida para que pueda ver las montañas que rodean la ciudad, para adivinar la silueta de mi amor junto a mí, para que pueda acariciar las hojas de un libro. Dejadla para que pueda hipnotizarme la mirada de ese gato negro que sale por mi ventana, para que pida deseos a las estrellas y dé forma a sus hermanas, para que la luna bañe con su luz cada recodo del mar. Por favor, dejad como única luz nocturna a las estrellas y a la luna -ella me promete que siempre vestirá su marfileña y redonda desnudez si me obedecéis. Quitad de las calles la navidad, las farolas (pero no todas, dejad algunas en las que agarrarme si bailo bajo la lluvia), apagad los coches y disfrutad de largos paseos al ocaso con la sinfonía de los lobos, romped todos los interruptores de casas y edificios y amaos en la oscuridad de las sábanas. Dejad abandonada en un rincón a la luz naranja y permitid a la blanca color paz que ilumine nuestras noches.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Noche verde


Acabó de leer ese libro que días antes le regalara su amigo poeta, ese libro con el que tantas horas había pasado, por el que tanto sufrió y con el que llegó a amar en tinta, ese libro que la sobrecogió con cada palabra y cada página que la acercaban al final de su historia. Cerró sus tapas azules, sintiendo el amor aflorando hasta sus dedos bañados en lágrimas. Con esa sensación agridulce del fin de un amor de papel se arropó bajo las mantas y deseó con todas las fuerzas que le quedaban poder alejar el frío de su almohada con el calor del amor. En medio de esa alegría y pena, de ese amor y melancolía, cuando se estaba abandonando al mundo de los sueños, un recuadro del color de sus bucles irrumpió tras sus ojos, alejando cualquier sentimiento. Se preguntó por esa figura tan parecida al libro que acababa de leer, tan diferente a los ojos de un poeta. Poco a poco, se fue acercando desde las tinieblas y se mostró en todo su esplendor ante ella, con su perfecta y simple desnudez. Comprobó que el color negro que vislumbrara unos segundos antes era el calor de la poesía sumida en la más absoluta y nostálgica oscuridad. Eran las palabras que componían un pequeño párrafo, un texto de apenas diez líneas. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para descifrarlo, comenzó a leerlo y en ese preciso momento comprendió una cosa: si abría los ojos para anotarlo en esa libreta que se encontraba dormida a veinte centímetros de su piel, abandonaría al texto a su suerte y jamás volvería a verlo. Así que decidió disfrutarlo en la soledad de sus sábanas, sintiendo que era el texto perfecto que jamás se escribiría. Y con esa sensación de haber vivido algo único, mágico e irrepetible, se dejó llevar por Morfeo. Éste la dejó en un lugar conocido, nada menos que su cama. ¿Estaba soñando o aún seguía despierta? La visión de un poeta esfumó esa duda.

Habían pasado la tarde con un café entre ellos, pequeños poetas sentados sobre madera, escuchando himnos a la libertad y conversando sobre poesía. Decidieron pronto callar a las palabras de sus labios y dejar que el corazón hablara por ellos. Se besaron durante horas, enredaron sus dedos en los cabellos del otro, y cuando no se acariciaban buscaban sus ojos para sentir el cariño. Con una lentitud propia del amor, se desnudaron, besaron sus pieles ardientes y saborearon cada recodo de sus cuerpos. Sin prisa, sin pausas, sin cortes escénicos hicieron el amor como si estuvieran en una choza en los Riscos. No les preocupó la noche oscura, los cantos de las aves envidiosas de esos sentimientos tan reales como el frío que se intentaba colar entre ellos. Se conocieron plenamente, encontraron sus lunares más recónditos y se contaron sus vidas con los suspiros que escapaban de sus besos. Inventaron un nombre para cada poro por el que se escapaba el amor, escribieron poemas con besos en la curva de sus ojos y fueron a navegar tras sus párpados.
Al despertar, vio sus ojos verdes de poeta observando su cuerpo desnudo y aun caliente, que lo abrazaba intentando retenerlo para siempre. No, esos ojos de poeta que acababa de conocer el amor puro nada tenían que ver con los cenicientos que poco tiempo antes le hablaran de la tristeza. Sus labios de poeta sonreían intentando llegar al cielo, de una forma que nadie antes vio en tan apagada boca. Su mano de poeta recorrió los hoyuelos de sus mejillas, sus pestañas imitadoras de mil plumas, sus finos dedos, su suave nariz, sus pies que divertidos lo tocaban. Él la abandonó bajo las sábanas por unos eternos minutos para preparar el zumo que tanto le encantaba, y con la mañana por delante se amaron entre risas y besos, entre recuerdos del amor reciente.
Y ella despertó con los primeros rayos del sol en el cielo azulado y matinal que  entraban por su ventana. Se sintió feliz al haber vivido en sueños el amor puro y libre del libro que la emocionara horas antes, conociendo por fin lo que era el amor del que algunos poetas chiflados hablaban en sus poemas.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Lágrimas de Arte

 


Las mejores conversaciones son las que se dan frente a una taza de café: bombón, asiático, florencia… todos asisten a las reflexiones de sus besadores furtivos, a sus sueños, a su continuo divagar acerca de un mundo mejor, de los deseos, de fracasos o del amor.

*-¿Sabes? Es perfecto. Esto es amor puro, sin celos, con pasión, sin penas, es el amor por el amor.

*-Como Bécquer y toda la hilera de románticos, creo que el alma huye del cuerpo al soñar y conoce otros lugares, otras gentes, mantiene una vida paralela que acaso es la vida realmente, porque de lo contrario, ¿por qué soñar?

*-Algún día todos ustedes se sentirán muy orgullosos de mí; no escucharán una canción mía en la radio ni leerán mis artículos en la prensa, y mucho menos recibiré nunca premio alguno. Verán que en el mundo desaparece la religión y la política, y con ello la pobreza, la miseria, la discriminación…
No se alarmen, no asesinaré a nadie, porque si lo hiciese acabaría también con mis propios valores. Lo lograré desde el Arte, ese por el que he derramado tantas lágrimas y con el que he aprendido a fabricar mi propio mundo ideal. Porque no hay arma más eficaz que la palabra sincera del corazón; ¿por qué sino se puede destruir todo avance o mejora con una bomba y no ocurre lo mismo con las palabras? Todo en el mundo es frágil, se empeñan en dominar la naturaleza, pero caerán de ese árbol cuando vean que no pueden atar un rayo ni poner vallas al cielo, no pueden acabar con los sueños ni resistir una ola salvaje, no pueden vencer las fauces de un león sin recurrir a las armas. Son débiles, a pesar de sus corbatas al cuello, que no son más que su propias horcas, y sus trajes negros -¿intentan imitar a la raza a la que destruyen?
Cada vez son más incoherentes, aunque califiquen a esa enfermedad de “progreso” o “sociedad” o “evolución”. Se degradan a un ritmo alarmante.
Pero todo esto cambiará gracias al arma pacífica que es el Arte.