viernes, 24 de diciembre de 2010

Llamada a un poeta

Llegaba, como siempre, de noche a casa, faltaban unos minutos para bajar del autobús. Me iba alejando cada vez más de esos bares y sus cafés, con sus dos poetas hablando, sintiéndose mejor sabiendo que son comprendidos, que también odian el invierno, que también aman el arte y las pequeñas cosas; pero llevaba conmigo, como siempre, algo que me recordaría esas conversaciones, sonrisas y miradas calladas: llevaba un libro de poemas y mil sentimientos para los míos. Una parada más y listo. Estaba cogiendo el bolso de mis rodillas con el mayor de los cuidados para no estropear mi tesoro amarillento, preparada para levantarme, cuando un poeta se sentó a mi lado (tengo la costumbre de sentarme mirando a la ventana, en parte para contemplar la vida, en parte para dejar sitio a alguien que desee ocupar un asiento junto a mí). Sí, afirmo que era poeta porque sus ojos me lo dijeron, porque ese “hola” sonó a verso, porque su pelo estaba despeinado. Pero sobre todo sé que es poeta porque, tras cuatro segundos de viaje juntos, debí pedirle que me dejara salir, y llamé su atención para hacerlo tocando su brazo (debería estar frío de la calle invernal, pero emanaba el calor de la poesía). Asintió con una sonrisa y me dejó marchar. 

Había muchos sitios libres en el autobús, pero la poesía llama a la poesía.

3 comentarios:

  1. Me gusta! Yo soy fan obligado de los autobuses, y cuando los cojo de madrugada suelo pensar en cosas como esa. Sobra decir que nunca pasa nada xD
    Pero leyendo esto he visto que es improbable, no imposible.

    Muy bueno el blog! :D

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