martes, 21 de diciembre de 2010

Buenas noches, Sol

El manto de hojas que sustituía a coloridas flores en las calles veraniegas, el azul del cielo ocultado por grisáceos algodones, el color de la piel tostada por el sol, los eternos días, las cortas noches de amor, mil viajes, libros y todo el tiempo del mundo, esa canción tan especial, un café en el balcón de una ciudad extranjera…
Todo ello se esfumaba, dejaba paso al frío en los rostros y al hielo en las personas, al consumismo navideño, a una neblina permanente entre dos miradas, a una melancolía que cubría la ciudad entera sin saber muy bien porqué, a noches eternas buscando el calor de las mantas y no del amor…
No alcanzaba a comprender cómo siendo tan perfecto el olor a primavera y el azul del mar en verano podía existir el frío en la piel y, sobre todo, el frío interior. La apenaba tanto que el frío congeló también sus cuerdas vocales (aunque jamás pudo con sus manos), la enmudeció, y toda esa tristeza se resumía en esa última frase que salió de su boca hasta la llegada de la primavera. “Buenas noches, Sol”.


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