miércoles, 22 de diciembre de 2010

Sueño en el mar


No sé si vivían allí desde siempre o fueron a parar a ese lugar solamente por un breve período de tiempo. Una más bella que la otra, vestía un largo traje en sedas roja y blanca adornadas con finos brocados de oro; su morena cabellera ondeaba casi por completo al viento, a excepción de unos rizos que recogía un delicado broche. La otra, menos perfecta a simple vista pero más interesante en su corazón, a penas se preocupaba por su aspecto, según denotaban sus pantalones cortos, su camiseta raída y su rubio cabello con tacto de paja.
Mientras que la primera daba largos paseos por la arena en busca del hombre perfecto, la segunda gustaba de sentarse en las rocas del acantilado a contemplar el azul siempre majestuoso.
Vivían aisladas de cualquier tipo de sociedad, sólo se tenían la una a la otra. La casa que habitaban era pequeña, poco cuidada y albergaba a unos pequeños compañeros de las dos mujeres. Consistía en una habitación con dos grandes portones: uno hacia un patio interior, asemejado a un claustro con sus florecillas, columnatas y una modesta fuente. La otra puerta daba paso desde el exterior de la casa vieja –casi tanto como la frondosa y variada vegetación que la adornaba: arbustos aromáticos, flores de todos los colores imaginables, palmeras y grandes árboles, incluso enredaderas que corrían por toda la fachada; a pesar de esta abundancia, no daba aspecto de gran bosque, sino de un coqueto pero salvaje jardín. El primer paso al salir de la casita te llevaría a una escalinata de madera, que descendía por el jardín hacia un abrupto acantilado, ese que mantenía presa a la rubia joven. Desde allí se podía observar todo lo imaginable, desde el perezoso horizonte hasta las piedras sólidas que componían la fachada del único hogar de la zona, desde las rocas que sobresalían del mar bajo sus pies hasta el alero de pizarra de la casa. Y es que, efectivamente, ese Edén se encontraba en los confines del mundo, era el lugar más remoto del universo conocido.
Así pasaban los días en este curioso paraíso, la una anhelando un príncipe que la amase, la otra enamorándose del mar. Hasta que un día llegó a su morada un hombre que nada tenía que ver con el de los sueños de la bella joven: de corto pelo moreno y gran corpulencia, pero nada elegante, ese hombre se instaló en la estancia contigua a la habitación de las jóvenes. Al principio desconfiaban de él, pues no articuló palabra desde su llegada, pero poco a poco comenzó a salir a observar el mar desde el acantilado y a disfrutar de baños con la dorada mujer entre las rocas del mar.

Cierto día, estaba la joven, como de costumbre, observando el mar, cuando se decidió a entrar en contacto con él. Así, se encontraba saboreando el agua salada en su piel, cuando unas gotas perfectamente redondeadas se ordenaron en forma de palabras, creando hermosos versos. 

Lloró su corazón emocionado por tan bellos sentimientos, y miró en el fondo del mar, emergió a la superficie, miró al cielo… pero no encontró respuesta  a quién era su autor. Se interrogó durante horas, aturdida ya que su hermana no podía declararle ese tipo de amor romántico y pasional, y el hombre que se alojaba con ellas no conocía nada de ella para enamorarse tan perdidamente. Pero de pronto, a su lado entre el agua, apareció la figura del único hombre del lugar; a pesar de que no era bello para la joven morena, a su hermana le pareció de una gran belleza, irradiante de una luz especial. Entonces comprendió que su amor con el mar sería el más puro, el más sincero, en definitiva, el único amor verdadero de su vida; lo extraño fue que sintió lo mismo por el misterioso hombre que por el mar, lo que la llevó a pensar que se trataba de la personificación de éste. Su amor de carne y hueso, abandonando el mismo aturdimiento en que ella se encontraba sumida, le confesó ser el autor de dicha magia, que venía desde lejos impulsado por una fuerza superior a él que antes no comprendía pero que al verla supo que se trataba del amor; estas palabras bastaron para impulsar a la joven a besarlo y amarlo en la perfección del mar.

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