miércoles, 30 de noviembre de 2011

Helado Sur

Me encantan los sauces.
Me encantan las mantas-a-cuadros.
Me encanta la luz de noviembre
(sobre todo en tus ojos).
Me encantan las calles con luces y adoquines.
Me encanta su música de Quique.
Todo lo que  me gusta del frío
es por tu culpa.

Sin tregua

















¿Por qué los relojes no esperan a nadie?
Quiero que aunque sólo sea uno
-me a igual cual sea:
uno de arena, el de la plaza del ayuntamiento
o el que lleva ese señor en la muñeca-
me den tiempo
para darme cuenta
de un dos
formado por piezas de memoria.

martes, 29 de noviembre de 2011

Sí, soy de las gilipollas que decide echar de menos,
a traición,
para que duela.

Lucía

-¿Cuánto cuesta?
-Un caramelo de fresa.

A partir de entonces, Lucía visitaba las más variadas tiendas de chucherías y compraba de todas (bueno, las intercambiaba por vestidos de sus muñecas o por abalorios de collares), pues las cosas que comprara valdrían desde dos chicles de menta hasta cinco caramelos de café con leche o dos tiras de regaliz.
Lo mismo comenzó a hacer el camarero que decidió cobrarle con caramelos: compró todo tipo de caramelos y chicles para tener cambio para esa niña que pedía ilusión a gritos con sus ojos grisáceos. Y advirtió también a Ana, la chica que trabajaba en la tienda de juguetes donde Lucía compraba los regalos para sus amigos; y al hombre de la librería de la esquina que cada lunes le vendía un cuaderno cuadriculado de colores diferentes  y una caja de lápices.

Así que Lucía no entendía por qué la gente pagaba con papeles de colores, de azul apagado, de rojo descolorido...y con monedas con caras que le daban miedo. Ella sacaba de su monedero-bolsa-de-caramelos inocencia y como cambio se la alargaban un poco más.

sábado, 26 de noviembre de 2011

DOS

Tantas veces se habían tenido que mudar... Cada vez llevaban menos cajas de mudanza, dejaban atrás los souvenirs de viajes de familiares lejanos, vajillas a la mitad y ropa-por-si-hace-frío. Ahora sólo llevaban sus recuerdos y unas arrugas que guardaban su amor de decenas de años.

-¿Será este nuestro último traslado?- le preguntó él, cansado, sentándose en un banco.
-Ojalá, yo no quiero tener que irme de aquí, con lo que nos ha costado...-contestó ella acariciando el tronco del árbol que tenía a su derecha.

Él le dio un beso de viceversa y le dijo:

-Esta vez tendremos que apretarnos el cinturón, cada vez nos dan menos dinero.

Y no se apretaron el cinturón, sino las manos, y siguieron paseando.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Cuerdas rotas

Todo funambulista cae
antes de cruzar;
unos en una red
y otros al vacío.
Los corazones no entienden
de r-e-d-e-s.



Siempre intento cruzar las cuerdas
que se rompen en precipicios
(y sólo tengo alas en la sonrisa).


Qué difícil parece cuando es invierno

Y acariciar,
como se acaricia una taza
con frío afuera
o una piel de hace tiempo,
como se acarician las teclas
de un saxofón
o de una vieja Olivetti.
Acariciar como acaricia el portugués
o unos cuantos versos,
como acaricia el formato-susurro.
Acariciar como cuando se ama.
En fin, acariciar, nomás.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

RO

Para algunos
el librero solamente vende libros;
para mí,
el libre-ro vende también
-y como consecuencia-
en libre-llantos
o en libre-rías,
libertad.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Mamá-me-siento-mal

Minha galera,
minha cachoeira,
minha menina,
minha maloca,
minha larica,
minha cachaça,
minha vagabunda,
minha cadeia.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Moonlight shadow


En un callejón sin luna, hablé con una sombra. Me dijo que es un oficio infravalorado, que la gente cree que tan sólo hay que dejarse llevar por los talones. Pero nadie se da cuenta de que es muy difícil, porque en realidad es una parte del corazón que sale pidiendo auxilio. Dijo que también es duro porque deben estar cambiando constantemente de tamaño, unas veces son enanas a modo de manchita de petróleo en el asfalto; pero otras llegan al horizonte y ven ese sitio donde nacen las olas y donde amanece en primera fila.

Paró. Suspiró, y exhaló un humo gris que nada tenía que ver con el que salía por mi boca por el tabaco.

“Nadie se para a pensar por qué no eres azul o esmeralda o púrpura. Por qué sigues adelante cuando te atropella un coche o te das de frente con un muro, por qué no te ahogas en los charcos… ¿Sabes? –volvió a suspirar, supongo que para que puedan volar los pájaros en su lugar- yo era la sombra de un vagabundo, y en serio que no puedes imaginar todo lo que podría contarte. Yo lo he escuchado cuando la gente creía que hablaba solo, he viajado por lugares indescriptibles y he vagado por calles a altas horas de la madrugada, calándonos hasta los huesos, dando tumbos casi arrastrándonos por el suelo, borrachos los dos… Y no creas que ser sombra de un empresario o de un artista de éxito, ni siquiera de una farola o de un tren es algo más fácil…”

Al no verme convencida sobre esto último exclamó entre sollozos: “¿nunca te has preguntado por qué las sombras no sonríen?”





martes, 1 de noviembre de 2011

Guilty

Puedo afirmar
que la culpa de noches y días así
la tiene el cartero,
aunque también la tienen
las tazas de té, los espejos
y las películas argentinas.
Los muelles y los pájaros,
los suspiros y los susurros
también tienen algo que ver.
Los escenarios, mi cuello,
los lunares y los puentes,
poemas, espirales y pañuelos-para-el-frío,
Kandinsky, la Alhambra
y ramos de rosas.
Y supongo que en realidad
la culpa la comparten
con un sinfín de cosas más.