Tantas veces se habían tenido que mudar... Cada vez llevaban menos cajas de mudanza, dejaban atrás los souvenirs de viajes de familiares lejanos, vajillas a la mitad y ropa-por-si-hace-frío. Ahora sólo llevaban sus recuerdos y unas arrugas que guardaban su amor de decenas de años.
-¿Será este nuestro último traslado?- le preguntó él, cansado, sentándose en un banco.
-Ojalá, yo no quiero tener que irme de aquí, con lo que nos ha costado...-contestó ella acariciando el tronco del árbol que tenía a su derecha.
Él le dio un beso de viceversa y le dijo:
-Esta vez tendremos que apretarnos el cinturón, cada vez nos dan menos dinero.
Y no se apretaron el cinturón, sino las manos, y siguieron paseando.
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