martes, 29 de noviembre de 2011

Lucía

-¿Cuánto cuesta?
-Un caramelo de fresa.

A partir de entonces, Lucía visitaba las más variadas tiendas de chucherías y compraba de todas (bueno, las intercambiaba por vestidos de sus muñecas o por abalorios de collares), pues las cosas que comprara valdrían desde dos chicles de menta hasta cinco caramelos de café con leche o dos tiras de regaliz.
Lo mismo comenzó a hacer el camarero que decidió cobrarle con caramelos: compró todo tipo de caramelos y chicles para tener cambio para esa niña que pedía ilusión a gritos con sus ojos grisáceos. Y advirtió también a Ana, la chica que trabajaba en la tienda de juguetes donde Lucía compraba los regalos para sus amigos; y al hombre de la librería de la esquina que cada lunes le vendía un cuaderno cuadriculado de colores diferentes  y una caja de lápices.

Así que Lucía no entendía por qué la gente pagaba con papeles de colores, de azul apagado, de rojo descolorido...y con monedas con caras que le daban miedo. Ella sacaba de su monedero-bolsa-de-caramelos inocencia y como cambio se la alargaban un poco más.

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