miércoles, 9 de noviembre de 2011

Moonlight shadow


En un callejón sin luna, hablé con una sombra. Me dijo que es un oficio infravalorado, que la gente cree que tan sólo hay que dejarse llevar por los talones. Pero nadie se da cuenta de que es muy difícil, porque en realidad es una parte del corazón que sale pidiendo auxilio. Dijo que también es duro porque deben estar cambiando constantemente de tamaño, unas veces son enanas a modo de manchita de petróleo en el asfalto; pero otras llegan al horizonte y ven ese sitio donde nacen las olas y donde amanece en primera fila.

Paró. Suspiró, y exhaló un humo gris que nada tenía que ver con el que salía por mi boca por el tabaco.

“Nadie se para a pensar por qué no eres azul o esmeralda o púrpura. Por qué sigues adelante cuando te atropella un coche o te das de frente con un muro, por qué no te ahogas en los charcos… ¿Sabes? –volvió a suspirar, supongo que para que puedan volar los pájaros en su lugar- yo era la sombra de un vagabundo, y en serio que no puedes imaginar todo lo que podría contarte. Yo lo he escuchado cuando la gente creía que hablaba solo, he viajado por lugares indescriptibles y he vagado por calles a altas horas de la madrugada, calándonos hasta los huesos, dando tumbos casi arrastrándonos por el suelo, borrachos los dos… Y no creas que ser sombra de un empresario o de un artista de éxito, ni siquiera de una farola o de un tren es algo más fácil…”

Al no verme convencida sobre esto último exclamó entre sollozos: “¿nunca te has preguntado por qué las sombras no sonríen?”





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