Ella se atrevió a cogerlo de la mano en ese paseo, y él no dejaba de buscar algo que le llamara la atención para poder volver a buscarla. Y entonces tropezó y se sintió un poco Quincampoix al descubrirse siguiendo las flechas azules que lo llevaron a un portal con un olor a corazón de verdura que no encontraría en ningún rincón de la ciudad.
En ese colchón fue donde ella le regaló por primera vez su sonrisa de Amelie.
Cuando volvió por el camino azul al día siguiente ella ya no estaba, se había esfumado sin dejar más huellas "Poulain" que le permitieran decirle dos palabras.
Pasó el tiempo, cervezas en dosis individuales y una terrible soledad. Pero todo se cura, dicen, y en el mismo bar conoció a otra mujer, como si el faubleux destin quisiera ayudarlo a olvidar. Ella le ofreció su casa: "no es gran cosa, ya sabes, piso alquilado".

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