sábado, 17 de diciembre de 2011

Sueños de otros

De repente, su cabeza ya no estaba hundida en la almohada, sino apoyada en unas manos morenas y llenas de polvo, que sostenían además una metralleta. Estaba rodeado de gente que huía mientras él disparaba al horizonte. Escuchó por primera vez un nombre que dedujo suyo, porque justo después una piel caliente y sucia tocó su espalda.
Entonces todo desapareció: las esquinas temerosas, las explosiones de humo naranja, los gritos. Sólo existían esos ojos negros que sonrieron invitándolo a un beso.
La almohada amaneció mojada por el sudor, al que siguió un río de lágrimas: había comprendido que ese sueño no era suyo, sino de alguien que ni siquiera podía soñar despierto.

(24 octubre 2011)

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