sábado, 17 de diciembre de 2011

Endless

La sensación al acabar un libro es demoledora, de lo peor que puede experimentar un alma. La historia que acaba en tus manos sin que puedas hacer nada, delante de tus ojos que -aunque acabe feliz- llorarán por dentro. Frustración, inmóvil, miras al libro, buscas páginas nuevas hasta en la contraportada. Pero nada. Ya ha acabado. Los personajes se han quedado ahí, encerrados en la tinta; podrás releer la historia que tienen que contar, revivirán y, con ellos, aquellas experiencias únicas y propias, pero todo será distinto, nada te sorprenderá aunque hayas olvidado cosas -incluso el final-, nada será lo mismo. La empatía con ese pobre músico, con el poeta borracho, con una maga uruguaya... esa sonrisa o los miles de lágrimas se repetirán, pero sólo serán eso, repetición, no serán nada nuevo, único, sólo quedará la magia propia del libro pero no tus lágrimas ni tus sonrisas. Sólo una repetición, revivencia, renacer, retorno, rellanto, refrustración, retodo, todo estará en clave de re, en clave de do todo era mejor, con un aura especial de impaciencia, ansias de acabar y no, ver morir una historia -la de personajes o paisajes sensacionales con las que te identificabas- que quedará archivada bajo un título más o menos acertado, con suerte en una estantería  y con no tanta en una caja abandonada, esperando a otros ojos dispuestos a ser el escenario en el que contarse a sí mismos, en los que provocar algo que sólo ocurrirá una vez por cada libro y alma. Pero, en fin, supongo que era será la esencia propia de los libros.
Y claro que envidio a Bastian por encontrar ese libro...

(3 mayo 2011)

1 comentario:

  1. Sí, es como una pequeña muerte en el alma. Pero, ¿acaso tendría el mismo valor que tiene, si no fuera por ese punto y final?

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